Tengo que amarte
para perdonarme
todas
las
veces
que
fallé.
Tengo que acercarte
para decirte
cuánto te llevo buscando,
y todo lo que sucede
en mi interior
cuando miro tus ojos
y no me explico la distancia
de tu sonrisa
y mi boca.
Desde que te vi,
he creído en el infierno,
y en los ángeles;
Y se han reído mis adentros
al reflejo de tus dientes;
Todo por el brillo de tu pelo
bajo el sol que lo potencia
y lo eleva al cuadrilátero
donde se encuentran luchando
mi retraso, y tu edad.
Tengo que quererte
con la fuerza que me da mirarte.
Y escribir versos
que hablen de nosotros
y no de tu pelo,
ni de tus ojos,
ni de tu ausencia,
ni de tu edad,
en voraz momento
me he ido a enamorar de ti.
En este invierno
que me hiela el alma
y rebusca en tu calor,
en esos ojos
y esa risa que me cala
hondo
y ahoga
en este pozo sin fondo
que devora
toda las letras
aferradas a mi boca
cuando estoy cerca
de tu fuego.
Tengo que pensar,
en decirte lo que siento,
Antes que salgas corriendo
y yo no pueda alcanzarte,
antes de que se haga tarde
y...
te haya crecido el cabello.
Temo acariciar el fino hilo
de infierno
que corona tu figura,
y que dejes de ser ángel,
y que dejes de ser diosa,
y se pierda la maravillosa
estela de luz
que me guía en el camino
al amor platónico
que tanto os guardo.
Que mi destino sea contigo
ahora o nunca,
y que se cuelgue de mi nuca
esta musa de la que hoy escribo.
Que no es otra que esa niña
de cabellos metalizados
cuerpo triste,
y...
sonrisa salvavidas .
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