Comenzó a sonar el despertador.
Se abrieron mis ojos,
aparté las legañas y me dispuse
a alejarlas de mi rostro
con un chorro
de agua fría.
Se hizo el día y cogí la mochila,
e ingerí ese desayuno
por si alguno de mis amantes
quisiera pillarme desprevenida.
Alisé mis cabellos, limpié mi boca
bajé la falda y me levanté las medias
porque la medida de mis piernas
siempre fue demasiado larga.
Emprendí rumbo a Jesús en un autobús
y dejé aparecer sus coros en mis tímpanos,
observé en las calles todas las almas
inanimadas llenas de sueño en plural
en una sociedad rural
en pleno centro de la capital
donde se ven más ciegos que cupones
y se viola más con firmas que con penes.
Pues se encuentran más ladrones
en sucursales que en chirona.
Empecé rezando a la entrada de ese centro
donde siempre fui ojito derecho del clero
donde mis formas y mis aromas
hicieron de sodoma un terreno bendito,
y maldito a aquel que me robó el himen
sin decir amén ni jurar por mi honra,
y castigo poco cuando me toco sola
pensando en lo mal de aquel desvirgo
tan temprano y tan malvado
como ese clérigo inquisidor
que más que amor a Dios
me daba bastante pena.
Y así acabe el poema de mi santo resumen
que no es mi obra con más volumen
pero si una vida que de ser escrita
terminaría quemada en esa hoguera
donde el calor y la humareda
me escondiesen
de ese maldito poeta
que toma mis peripecias
para su divina tragicomedia
en estas horas de la madrugada
donde mi ausencia descarada
le esta metiendo en la osadía,
el dolor y la desesperación
de hallar el cielo
en vida ajena,
condena eterna
y cabeza baja.
Pues que canalla
es aquel que escribe versos
como castigo de esos besos
que le negó su amada.
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